La dinámica del Bullying: No hay víctima resistente
- Silvana Giachero
- 20 ago 2024
- 7 Min. de lectura
En 2013, un terrible suceso conmocionó a Uruguay: dos niños, de 11 y 14 años, asesinaron a un compañero de escuela de 11 años. El titular del diario El País ilustró la insensibilidad de los perpetradores al afirmar: "Niños mataron a su amigo y luego se fueron a jugar".
Este acto brutal revela la frialdad y falta de remordimiento de los asesinos, quienes sometieron a su víctima, Javier, a torturas antes de quitarle la vida. Javier, conocido por su talento en el fútbol, ya era objeto de acoso escolar por parte de sus agresores. A pesar de que varios compañeros eran conscientes del tormento que sufría, el problema fue ignorado y Javier fue injustamente culpado de tener problemas psiquiátricos. Los agresores, mostrando un comportamiento psicopático, engañaron a Javier para que los acompañara a cazar, donde lo atacaron brutalmente.
Después de múltiples intentos de homicidio, finalmente lo asesinaron y ocultaron su cuerpo. Aunque inicialmente negaron su implicación, acabaron confesando el crimen con total frialdad.
María, una adolescente que intentó suicidarse a los 14 años, compartió en una entrevista su experiencia publicada en el Diario El Mundo de España (Publicada el 28 de octubre de 2015 en El Mundo, nota de los periodistas Quico Alsedo y Pablo Herráiz). Expresó cómo el acoso escolar la llevó a un profundo sufrimiento, sintiéndose débil y desamparada ante la crueldad de sus compañeros.
Su desesperación la llevó a buscar escapar de su dolor mediante sobredosis y intentos de lanzarse por la ventana. A pesar de buscar ayuda médica, fue mal diagnosticada y tratada, lo que contribuyó a hacerla sentir aún más marginada y desvalorizada. Su testimonio destaca la importancia de reconocer y abordar adecuadamente el bullying, evitando estigmatizar a las víctimas y minimizar su sufrimiento.
La dinámica del Bullying es inherentemente maliciosa y no se justifica bajo ningún contexto, ya sea en entornos escolares, liceales, o a nivel terciario o técnico, entre niños, adolescentes o adultos.
A pesar de algunas opiniones que sugieren que estas conductas son parte natural del desarrollo, la evidencia contradice esta idea. En todos los casos observados, siempre hay un individuo que inicia el ciclo de hostigamiento, generalmente son indicadores de algún tratorno de personalidad , siendo el que mas se ve el trastorno negativista desafiante.
El trastorno negativista desafiante se trata de un trastorno mental bien definido, que intentaré describir en sus características medulares:
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), el Trastorno negativista desafiante se define por los siguientes tres ejes:
Un patrón de enfado/ irritabilidad, discusiones/actitud desafiante o vengativa que dura por lo menos seis meses, que se manifiesta por lo menos con cuatro síntomas de cualquiera de las dos categorías siguientes y que se exhibe durante la interacción por lo menos con un individuo que no sea un hermano. Enfado/irritabilidad - A menudo pierde la calma. - A menudo está susceptible o se molesta con facilidad. - A menudo está enfadado y resentido. - Discusiones/actitud desafiante - Discute a menudo con la autoridad o con los adultos, en el caso de los niños y los adolescentes. - A menudo desafía activamente o rechaza satisfacer la petición por parte de figuras de autoridad o normas. - A menudo molesta a los demás deliberadamente. - A menudo culpa a los demás por sus errores o su mal comportamiento. - Vengativo - Ha sido rencoroso o vengativo por lo menos dos veces en los últimos seis meses.
Este trastorno del comportamiento va asociado a un malestar en el individuo o en otras personas de su entorno social inmediato (es decir, familia, grupo de amigos, compañeros de trabajo) o tiene un impacto negativo en las áreas social, educativa, profesional u otras importantes.
Los comportamientos no aparecen exclusivamente en el transcurso de un trastorno psicótico, un trastorno por consumo de sustancias, un trastorno depresivo o uno bipolar. Además, no se cumplen los criterios de un trastorno de desregulación perturbador del estado de ánimo.
Este trastorno asociado a conductas psicopáticas, caracterizado por manipulación, mentiras, frialdad, ausencia de miedo y falta de empatía, es lo que suele observarse en los chicos que participan en el Bullying. Aquellos que se unen al acoso, los cómplices, lo hacen por la influencia del primero y el efecto del mimetismo. Quien inicia este proceso conoce bien sus acciones, ya que persisten en el tiempo y tienen un objetivo claro: eliminar o someter a la víctima. Como describe la propia definición del trastorno: "a menudo molestan a los demás deliberadamente, les culpan y son rencorosos y vengativos".

Cuando el instigador pone en marcha este proceso, la víctima queda atrapada en su red invisible y los cómplices, ya sean activos o silenciosos, actúan a favor de aquel, desencadenando lo que se denomina como “proceso del chivo expiatorio” (El chivo expiatorio de Rene Girard 1986, ISBN 9788433900814, RENE GIRARD, ANAGRAMA, 1986), que se retroalimenta a sí mismo, similar a lo que sucede en el Mobbing. La única diferencia es que en estos casos, el acoso se desarrolla entre pares, aunque también se han registrado casos en los que un adulto, como un maestro, docente o empleado de la institución, es el que lanza la primera piedra , inicia este proceso, y a su vez puede estar involucrado en Mobbing hacia otros compañeros o superiores.
Estos últimos, en la mayoría de los casos, son cómplices silenciosos o activos. La investigación realizada en Uruguay en el año 2012 por un equipo de investigadores de la Universidad de Montevideo, presentada en el I Congreso Internacional de Mobbing y Bullying de mayo de 2013, demostró que el 71% de los casos de Bullying ocurren en el aula frente al docente y no, como se cree, en el recreo, gimnasio, pasillos y baños. Si bien también ocurre en estos lugares, es menos común, ya que son lugares y momentos donde los niños corren mayor riesgo al no estar directamente supervisados por adultos, aumentando el riesgo de que la persona violentada en esos lugares sea objeto de agresiones físicas o sexuales.
El papel del docente es fundamental tanto en la detención temprana del proceso, mediante la imposición de sanciones y la protección de la víctima, como en la prevención del mismo. En entornos donde la violencia está normalizada y la autoridad es escasa, es probable encontrar casos de Bullying con frecuencia. El docente tiene la responsabilidad de detener, sancionar, prevenir y educar para evitar el Bullying, pero para lograrlo no solo necesita capacitación, sino también contar con las herramientas adecuadas y el respaldo de la dirección o las autoridades educativas. Sin este apoyo, enfrentará dificultades para abordar eficazmente esta problemática.
Cuando un estudiante se da cuenta de que está siendo acosado, ya está atrapado en la red tejida por el hostigador. Por lo general, todo comienza con comentarios casuales sobre temas triviales, como los planes para la tarea, ir al cine o salir a bailar. El acosador suele sacar de contexto la situación y realizar acusaciones para hacer sentir mal al otro. A menudo, la víctima intentará defenderse exponiendo sus razones, pero el acosador no busca comprender o resolver el problema, sino atacar. En realidad, el objetivo del acosador es simplemente iniciar el juego de manipulación y liberar su ira.
Para comprender la dinámica del Bullying, se puede utilizar un ejemplo común en la vida cotidiana: cuando un padre o una madre con comportamiento manipulador y victimista le dice a su hija joven que salga a divertirse con sus amigas mientras ellos se quedan en casa, aparentemente solos y aburridos. Este tipo de situación crea un conflicto interno en la joven, quien se siente atrapada entre el deseo de salir y la preocupación por sus padres. Esta ambivalencia la paraliza, ya que cualquier decisión que tome la hará sentir culpable.
La dinámica del Bullying comienza de manera sutil, con agresiones, humillaciones, burlas y exclusiones que tienen como objetivo hacer sufrir a la víctima. Aunque legalmente la intencionalidad no es determinante para probar el Bullying, la repetición de estas conductas muestra la conciencia del hostigador sobre el daño que causa. Estas agresiones, aunque aparentemente sin sentido, erosionan la autoestima y el bienestar psicológico de la víctima, dejándola vulnerable y afectada en todos los casos.
En el Bullying, se observa un encadenamiento de hechos violentos donde cada nueva agresión, por más pequeña que sea, despierta en la víctima el recuerdo de los eventos anteriores, aumentando su sufrimiento. Esta violencia debe ser detenida y sancionada, ya que incluso las agresiones aparentemente insignificantes contribuyen a intensificar el daño emocional.

El proceso de Bullying a menudo comienza con un incidente desencadenante, donde el agresor lanza la primera piedra. Esto puede ocurrir en el aula, donde un estudiante es objeto de burla o exclusión, iniciando así un ciclo de hostigamiento. Los motivos del hostigador pueden ser diversos, desde celos hasta envidia o simplemente la necesidad de sentirse poderoso.
A medida que el acoso progresa, otros se suman al hostigamiento, buscando obtener beneficios sociales al participar en el abuso. Este comportamiento se alimenta de la mimetización, donde los primeros en unirse al acoso son aquellos con baja autoestima que buscan reconocimiento al respaldar al agresor. Con el tiempo, el hostigador gana poder y se rodea de seguidores, lo que intensifica la victimización de la persona afectada.
El Bullying también puede propagarse a través de las redes sociales, donde se viralizan contenidos humillantes y deshumanizadores, aumentando el sufrimiento de la víctima y aumentando su riesgo de suicidio.
Con el tiempo, la víctima comienza a experimentar síntomas psicológicos y físicos, y aquellos que intentan protegerla también se convierten en blanco de hostigamiento. Este ciclo destructivo lleva a la víctima a un estado de indefensión y sufrimiento, mientras que el agresor y sus seguidores continúan su comportamiento perjudicial.
En la fase final del acoso, la víctima se convierte en el chivo expiatorio, cargando con la culpa de todo el grupo y siendo objeto de estigmatización. Paralizada y con una sensación de indefensión, la víctima evita el lugar donde es maltratada. Sin embargo, este último acto de victimización puede llevarla a buscar ayuda profesional, donde diagnósticos erróneos pueden profundizar su sufrimiento.
Los terapeutas mal informados pueden diagnosticar a la víctima con trastornos como problemas de adaptación, fobia escolar, ansiedad o depresión, lo que refuerza la percepción errónea de que el problema reside en la víctima. Esta victimización secundaria refuerza el proceso del chivo expiatorio, convirtiendo involuntariamente al terapeuta en una herramienta del hostigador.
En esta etapa final del acoso, las consecuencias pueden ser devastadoras, incluyendo la deserción escolar, enfermedades o incluso suicidio. Es solo entonces cuando se toma conciencia del alcance del acoso y sus efectos irreversibles en la vida de la víctima. Sin embargo, el agresor puede seguir impune, listo para dirigir su comportamiento destructivo hacia una nueva víctima.
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